Este fic contiene recreación y especulación sobre hechos del pasado. No tiene spoilers. Todos los lugares y personajes pertenecen a G.R.R. Martin excepto los creados por mí.

martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 11


Quedaban unas siete semanas para que Serana diera a luz. El maestre le recomendó que sólo saliera a caminar cada tres días; el resto del tiempo debía guardar reposo. Toda precaución era poca tras dos embarazos frustrados.

            Esa mañana se hallaba despachando algunos asuntos con su administrador. Los ingresos de la Isla eran más que suficientes para llevar una vida cómoda pero austera. Los lujos no iban con el carácter de los Mormont y su mujer siempre lo había entendido, se había adaptado perfectamente a su forma de ser y de pensar. Cuando se disponía a dar por terminada la reunión, un grito llegó hasta sus oídos. Era un alarido terrible. Ni siquiera en el Tridente había escuchado algo tan desgarrador y lleno de sufrimiento.
            Se lanzó hacia la puerta y vio pasar al maestre corriendo, seguido de varias mujeres de la servidumbre. Se unió a ellos, temiendo lo peor. Alcanzó al hombre y lo hizo pararse. “¿Qué ocurre? ¿Es mi esposa?” El maestre le respondió que sí, que estaban charlando tranquilamente cuando, de repente, un charco de sangre y agua se formó a sus pies. Ahora se dirigía a sus aposentos para hacerse con los remedios necesarios.
            Jorah cambió de dirección y subió a la habitación matrimonial. Otro grito rompió el silencio de los pasillos. Entró en la estancia y se llevó una mano a la boca ante lo que allí vio. Serana estaba sobre la cama, con la ropa roja por la sangre de cintura para abajo. Las sábanas también estaban empapadas. Tenía ambas manos sobre su sexo, tratando de impedir que saliera más sangre. “¡Jorah, es demasiado pronto, no vivirá! ¡Y me duele mucho, me duel…!” No pudo continuar. Su cara se deformó por el dolor. Jorah se sentía impotente, pero debía hacer algo mientras llegaba el maestre.
            Tomó a su mujer en brazos y la trasladó a una silla acolchada. Quitó todas las sábanas y las rasgó en tiras, quedándose sólo con las que no estaban manchadas. Después desvistió a Serana y le limpió la sangre de los muslos con un poco de agua de una jarra. Dobló varias tiras de tela y las colocó entre las piernas de la joven, intentando que empaparan la sangre y taponando con fuerza. “Sujeta un momento, mi amor. Debemos cortar la hemorragia.” Buscó una camisola limpia y se la puso. Hizo la cama con sábanas limpias y recostó a su mujer de nuevo. Estaba demasiado pálida. Le acercó un vaso con agua, pero apenas tenía fuerzas para beber. “Jorah, no puedo… Me duele mucho… No era el momento, aún no…” Él la abrazó. “Ssshhh… No hables. Saldremos de ésta. Eres fuerte, Serana, mucho más que yo.”
            Por fin llegó el maestre cargado de pequeños botecitos llenos de extraños líquidos, hojas de plantas y polvos. Destapó uno de ellos e hizo que Serana lo oliera, sumiéndola en una especie de sopor. Ordenó que trajeran agua hirviendo y lienzos limpios. “Por favor, señor, dejadme a solas con ella. Aquí no me ayudáis.” Jorah cerró los puños y abandonó la habitación a regañadientes. Entró en el dormitorio contiguo y tomó una silla, apostándola en la puerta del cuarto de matrimonio. Decidió no moverse de allí hasta que tuviera noticias. Tres mujeres llegaron con el agua y las telas, entraron y salieron dos. Por lo que se veía, el maestre necesitaba una mano. No se oía nada en el interior, ni siquiera los lamentos de Serana.


            El cansancio pudo con él y se quedó durmiendo sobre la silla. Los pasos de las criadas lo despertaron. “¿Alguna novedad?” Ellas negaron con la cabeza. “Traedme agua. Tengo sed.” Miró hacia una de las ventanas del final del pasillo. Estaba de noche, había perdido la noción del tiempo. Acalorado, se quitó el jubón y se quedó en camisa. El postigo de la puerta se abrió en esos momentos. Jorah se giró, expectante. El maestre salió con un pequeño bulto envuelto en una tela. “Lo siento, mi señor, no he podido hacer nada por el niño.” No pudo reprimir las lágrimas al pensar en el bebé muerto. Casi sin voz preguntó por su mujer. “Será mejor que entréis ya si queréis hablar con ella…” Él no entendió lo que quería decir con eso.
            Ya en el cuarto, vio lo que el maestre trataba de explicarle. Serana tenía la palidez de la muerte en su rostro. Había perdido demasiada sangre y su cuerpo no pudo soportarlo. Jorah se acurrucó en su pecho, llorando. “Lo siento, esposo mío… Me voy sin dejarte un heredero… Espero que me perdones…”, susurró ella. “Te quier…” Expiró sin más. Él gimió desesperado, besando los labios ya fríos de su esposa y diciéndole que la amaba. Enloquecido por el dolor, se rasgó la camisa entre gritos, con rabia animal, y salió de la estancia corriendo sin saber hacia dónde iba. Lo único que quería era desaparecer.

6 comentarios:

  1. Madre mía, estoy a punto de llorar. Pobre Jorah, no se merece todo eso y Serana tampoco. Pero la historia es la historia.

    Julia Stark

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    Respuestas
    1. Es que tela marinera la vida de este hombre, no es por nada u.u

      Gracias por comentar :)

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  2. Sin palabras me has dejado. Qué pena de matrimonio, con lo bonito que se veía... A ver cómo supera Jorah esta pérdida...

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  3. No no no no, por favor no... Hostias, me he quedado muda y estoy llorando. ¿Por qué? sé que tenía que pasar, no importa, no quiero que ocurra...

    Cristina.

    PD.- Muy bien escrito algo tan difícil. Uff

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