La noche después del torneo se celebraba una gran cena para cerrar la jornada. Jorah decidió hablar
con Lynesse y también con su padre. No se reconocía a sí mismo, dejándose
llevar por sus impulsos, pero no podía evitar lo que sentía hacia la muchacha.
Se puso sus mejores galas y entró en el salón donde ya estaba todo dispuesto y
lleno de gente.
Robert y Cersei
ocupaban los puestos de honor, aunque el rey no estaba en su asiento, sino
flirteando descaradamente con algunas jóvenes allí presentes. Buscó a Lynesse
con inquietud, esperando que no fuera una de las mozas que acompañaban a
Robert. No creía que ella fuera así. Pronto la vio sentada con recato junto a
su padre, que no le quitaba el ojo de encima. Era como su guardián, y no le
extrañaba que estuviera pendiente de su hija, una paloma en medio de una
bandada de buitres al acecho. ¿Sería él considerado como un depredador más? Sus
intenciones con la chica eran honradas y así se lo iba a exponer a Lord
Hightower. Respiró hondo y se acercó a ellos. “Lord Hightower, permitid que os
presente mis respetos. Soy Ser Jorah Mormont, señor de la Isla del Oso, y me
gustaría hablar con vos a solas.” El hombre lo miró con un poco de
desconfianza. “No quiero dejar a mi hija aquí sin compañía. No me gusta el
ambiente que hay”, respondió volviendo la cabeza hacia Robert. “¿No habéis
traído alguna dama de compañía para ella? Si lo deseáis, mis hombres pueden
quedarse cerca. Son de absoluta confianza.” Aquello no estaba yendo como él
quería y empezaba a perder la esperanza. “Lo mejor será que ella se
retire. Al fin y al cabo, no creo que le interesen los asuntos entre hombres”, decidió Lord Hightower. “¡No, no te vayas, por favor!”, estuvo a
punto de gritar Jorah, pero se controló. Para su sorpresa, la muchacha intervino en
la conversación. “Padre, no os preocupéis. Iré con las damas del séquito de la
reina Cersei. Conozco a algunas de ellas.” La voz le pareció a Jorah música
para sus oídos. ¿Sería una maegi que
lo había embrujado? Parecía no tener defecto alguno.
Lord Hightower accedió
y se quedaron a solas. “Vos diréis lo que deseáis de mí, Ser Jorah.” Él tragó
saliva y respiró hondo. “No es fácil, mi señor… Hace unos años perdí a mi
esposa tras un aborto. Después de su muerte, nunca he estado con mujer alguna,
no tengo herederos, ni legítimos ni ilegítimos, y mi casa está necesitada de
una dama.” La cara del señor de Torrealta era difícil de leer. Jorah continuó
con un poco de más seguridad, aunque sin mirarlo a los ojos. “Soy el señor
absoluto de la Isla del Oso, una tierra llena de buenas gentes. Mi familia la
ha gobernado desde hace generaciones y nunca nos ha faltado de nada. La Isla y
mi corazón son lo que os ofrezco para que se lo entreguéis por entero a vuestra
hija, Lynesse. Sé que no soy digno de tan preciosa gema, pero os aseguro que
haré cualquier cosa por verla sonreír como cuando la he coronado Reina del Amor
y de la Belleza.” Lo había soltado sin pararse y con la cabeza baja. Se hizo el
silencio entre ellos. Jorah sólo escuchaba el jaleo, las carcajadas de Robert y
la música estridente. Ni una palabra por parte de Lord Hightower. Se atrevió a
levantar la vista. El hombre parecía pensar. Eso no era malo. Con un gesto,
llamó a su hija, que se aproximó con un paso delicado y elegante. “Lynesse,
este caballero acaba de pedirme tu mano. ¿Qué respondes?” Ella soltó una
carcajada y Jorah se ruborizó. ¡Estaba haciendo el ridículo! ¿Cómo se le había
siquiera pasado por la cabeza tal locura? Él era un viejo a su lado. “Que sí,
padre. Si es vuestro deseo así será.” No era la respuesta que Jorah hubiera
deseado oír, pero al menos le daría la oportunidad de conocerla mejor. “Bueno,
querida hija, te dejo con tu prometido. No es mala idea que sepas que voz tiene
antes de que os caséis.”
Cuando se quedaron
solos, Jorah estaba completamente perdido, sin saber qué hacer ni qué decir.
Lynesse le tomó la mano y lo sacó del salón. En la calle hacía un fresco
agradable y ella se encogió un poco de hombros, temblando. Jorah se quitó el
jubón y se lo puso encima en un gesto caballeroso. “Muchas gracias, Ser Jorah.
Sois muy amable. Ya sé algo más sobre vos.” “Por favor, no me trates con
formalidad. Vas a ser mi esposa… Si quieres.” “¿Acaso las mujeres podemos
decidir algo?” De repente volvió a soltar una carcajada. “¡Oh, cambiad el
gesto! ¡Pues claro que deseo casarme con vos! Mi padre nunca me niega nada,
todo lo que habéis oído ha sido una pequeña broma…” Jorah no entendía nada. “Os
vi el primer día y me prendé de vo… de ti, Jorah. Me pareciste el caballero más
apuesto del torneo y te quería para mí. Por eso acepté gustosa darte mi prenda.
¡Imagina cómo me sentí cuando me coronaste Reina! No me puedo creer que todo
haya salido tan bien.” “Ni yo tampoco”,
pensó él, aún anonadado por lo que escuchaba. Sin apenas darle tiempo a decir
más, Lynesse lo besó en la boca con ansia. “Casémonos aquí, Jorah. Y luego
llévame lejos. Quiero viajar y ver mundo.” Al mirarla, Jorah entendió por qué
Lord Hightower no podía negarle nada a su hija.
Esa niña no me gusta nada, ¡no me gusta nadaaaaaa! xD Dan ganas de darle dos guantazos a Jorah para que espabile.
ResponderEliminar¡No me gusta ni a mí! XDDD Pero qué le vamos a hacer...
EliminarBuenooo, esa chica lo va a dejar pelado de dragones de oro...Jorah vete que aún tienes tiempo!
ResponderEliminarJulia Stark
Jaja, no hay manera. El amor es ciego.
EliminarAy madre que como decimos en Ávila esta sabe más que los ratones coloraos!!!!!! Espabilada la chavala para la época... Ay Jorah ¿Pá dónde te metes, rey? (He venido aldeana, lo estarás notando, jajaja).
ResponderEliminarY Robert faltando a la Reina en público, por lo menos ella lo hacía en silencio... #CerseiTeam
Me enganchas desde el segundo cero de leerte, voy a por el siguiente!!!!!!
Cris xDDDD