Lo habían encontrado a casi una jornada a
caballo de distancia, helado e inconsciente. Recordaba haber tomado un semental
de las cuadras y cabalgado sin dirección, hasta que cayó de su montura y se
desmayó en mitad de ninguna parte. Ahora estaba en su habitación, tendido sobre
un lecho que nunca más tendría el calor de una mujer. Acarició las sábanas,
buscando el cuerpo de Serana sin éxito.
Llamaron
a la puerta con cuidado. No deseaba ver a nadie, pero dio permiso para que
pasaran. Era el maestre y dos de sus hombres. “Señor”, empezó a decir el
maestre, “hay que hacer todos los preparativos para el entierro de su esposa. Y
vos debéis estar presente en los actos de homenaje.” Se tapó la cara con las
manos, ahogando un sollozo. Respiró hondo y se incorporó con gesto serio. Sus
movimientos era mecánicos, como si alguien lo estuviera dirigiendo contra su
voluntad. Por dentro estaba destrozado, su mente había volado lejos de la Isla
mientras que su cuerpo estaba aún allí. Era como verse desde fuera o
contemplarse en un espejo y no reconocerse.
Sin
saber ni cómo, ya estaba vestido y listo para ir hacia el septo donde tendría
lugar el rito del entierro. La capillita estaba llena de velas. Jorah pensó en
que hacía sólo unos meses ella había estado allí, dando gracias a la Madre por
haber concebido un niño. Sintió ganas destrozar la imagen de la deidad a la que
Serana le tenía tanta fe, considerándola culpable de su muerte, pero se
contuvo. Con paso decidido, se aproximó hasta la plataforma sobre la que habían
colocado a su esposa. Las mujeres de la servidumbre habían hecho un buen
trabajo: le habían puesto un precioso traje azul, peinado sus cabellos con
esmero, y las mejillas y los labios estaban sonrosados y le daban una apariencia
de vida. Entre sus brazos habían colocado al bebé, del que sólo pudo ver la
carita pálida y un poco hinchada. Dio un beso a ambos cuerpos y se sentó en el
lugar reservado para él. El septón empezó con sus oraciones y plegarias
mientras que las mujeres presentes lloraban desconsoladas. Él no soltó ni una
lágrima, no le quedaban ni tampoco servían para devolver a Serana o al pequeño
Jeor a la vida. Se mantuvo impasible durante todo el ceremonial, encabezó el
séquito fúnebre hasta la cripta familiar y contempló serio cómo depositaban los
cadáveres en el interior de una de las tumbas. Dos hombres colocaron una pesada
piedra que sería cubierta después por una escultura de Serana y Jeor. Todos los
presentes lo miraban con pena y le tocaban el hombro en señal de respeto y
apoyo. Jorah, por su parte, no apartaba los ojos de la fría piedra que cubría
el cuerpo de su mujer y de su hijo, y que también sepultaba su corazón.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
Está muy bien. Pobre Jorah. ¿Ya es el fin de la 1ª parte? Entonces la 2ª va a ser...*_*.
ResponderEliminarJulia Stark
Da penita sí u.u
EliminarMañana empieza la segunda, a ver cómo va superando esto... Queda mucho por contar aún.
Jo. Es que sigo llorando, es que estoy muy triste, es que no quiero. Lo siento, no puedo decir más.
ResponderEliminarCristina.
Un vuelco muy brusco en su vida y será determinante.
EliminarMuy bueno, aunque me duela el corazón! Me gusta cómo llevás la historia!
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