Lys estaba situada en una
isla más cálida que la del Oso. Jorah tuvo que hacerse con ropa nueva, no sólo
porque la que llevaba era escasa y vieja, sino porque abrigaba demasiado.
También compró ropa para Lynesse y se la dejó sobre la cama que compartían a la
fuerza.
Desde que ella le había
revelado la mentira sobre su embarazo, prácticamente no se hablaban. Sus
diálogos se limitaban a lo necesario y poco más. Su convivencia empezó siendo
un infierno, pero al final se acostumbraron a soportarse como dos viejos
enemigos que saben que sin el otro su vida no tiene sentido. Apenas coincidían
en la vivienda que Jorah compró tras emplearse como jefe de seguridad de la
casa de un influyente hombre de negocios durante los tres meses éste que pasó en Lys.
A él no le importaban las idas y venidas de Lynesse, que ganaba dinero también
y que empleaba para sus caprichos.
A veces pensaba que,
igual que había roto la palabra dada a Lord Eddard, podía también acabar con
esa farsa de matrimonio. No obstante, los votos matrimoniales le parecían
demasiado sagrados y por eso los mantenía. Sin embargo, sospechaba que Lynesse
no respetaba el acuerdo tanto como él. Se acicalaba demasiado cuando salía y
regresaba oliendo de manera rara, a sudor y a perfumes extraños. Jorah había
aprendido la lección en cuanto a mujeres se refiere y, como mucho, iba a algún
prostíbulo sólo por tener la compañía de alguien que le sonriera aunque fuera
pagando. Nunca tenía relaciones con las prostitutas, buscaba una cara amable y
un oído que escuchara sus preocupaciones. Sin embargo, si probaba que Lynesse
lo era, podría poner fin a la palabra dada. Sólo necesitaba pillar a su mujer
en flagrante adulterio.
Decidió trazar un plan
para ello. Jamás se daban explicaciones de lo que hacían durante el día, así
que si se ausentaba toda la jornada ella no lo vería raro. Salió temprano, se
disfrazó con ropas de mendigo y esperó agazapado a que Lynesse abandonara la
casa para seguirla. A los pocos minutos, apareció en la puerta. Iba muy bien
vestida, demasiado para ser por la mañana. Miró hacia los lados y se dirigió
hacia una callejuela cercana. Jorah la siguió a una distancia prudencial por el
laberíntico trazado de la ciudad.
Lynesse entró en varios
establecimientos de joyas, sin duda para hacer negocios con los empeños, y en
algunas tiendas de telas. Su tendencia a las compras no había disminuido ni un
ápice. Cuando parecía que iba a tomar el camino de regreso, torció hacia una
parte de la ciudad que Jorah apenas conocía. Era una zona residencial, con
casas lujosas propiedad de prósperos comerciantes. Éstos solían tener sus casas
alejadas de sus negocios, por lo tanto la presencia de Lynesse allí no era de
carácter profesional. Empezaba a ver que la prueba que necesitaba estaba muy
cercana.
Su mujer tocó una
campana que había en la reja de entrada. Un sirviente de piel aceitunada y
vestido con lujo le abrió. Jorah esperó horas a que saliera de allí. Cuando por
fin lo hizo, iba acompañada de un hombre corpulento que llevaba ropas propias
de un príncipe. Antes de abandonar la residencia, Lynesse y el desconocido se
besaron apasionadamente. Pudo ver con claridad cómo el hombre le tocaba el
trasero y ella reía encantada por la situación. Aunque ya no la quería, no
dejaba de ser su esposa y la escena lo puso celoso. Una pregunta le vino a la
mente: ¿Por qué Lynesse seguía con él? ¿Qué ganaban estando juntos? La
respuesta era sencilla: ser acusada de adúltera no era cuestión baladí y,
conociendo lo orgullosa que era, dedujo que prefería mantener su matrimonio
intacto a ser repudiada como una cualquiera. Ella no podía romper su unión a
menos que sorprendiera a Jorah en una situación semejante, algo que no iba a
ocurrir. Si Lynesse le había puesto algún tipo de vigilancia para recabar
información sobre sus posibles infidelidades, el plan le había salido mal.
Nadie, ni las prostitutas de los burdeles que visitaba, le dirían que tenía
relaciones sexuales con otras mujeres. No era menos cierto que iniciar una
relación extramatrimonial era una posibilidad para finalizar con Lynesse, pero
él también tenía su orgullo y mantendría sus votos tal y como le había dicho a
ella el día que se pelearon definitivamente. Además, no quería saber nada de
mujeres, estaba escarmentado.
Lynesse volvió a casa
tranquilamente mientras que Jorah se quedaba en la puerta de la mansión un rato
más. Después se dirigió a un local público cercano y pidió un poco de vino. El
dueño lo miró con recelo, pero cambió su expresión cuando vio unas monedas
brillando sobre la mesa. Jorah retuvo al hombre por el brazo, mostrándole más
monedas. “Necesito información sobre quién vive en la casa del final de esta
calle, la de la reja y la campana.” El
fulano tomó las monedas: “Es del príncipe comerciante Tregar Ormollen, un tipo muy poderoso.” Así que
era un príncipe. Lynesse siempre picó alto y por fin lo había conseguido. Pero
seguía atada a él. ¿Y si pretendía asesinarlo para quitárselo de encima? Empezó
a temer por su vida. No tenía manera de acceder a la casa del tal Ormollen y sorprender a Lynesse en pleno adulterio. Apuró el vino. Tenía que actuar antes de que a ella se le
pasara una idea así por la cabeza. Pero, ¿cómo probar que ella le era infiel?
Muy buen capítulo y Jorah por fin la ha pillado. Parece que ha aprendido y quiero saber que plan hará para demostrar el adulterio de la Hightower.
ResponderEliminarJulia Stark
Puede que la suerte esté de su parte por una vez...
EliminarOh, esto se pone muy pero que muy interesante. Con muchas ganas de leer el capítulo mañana :3
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