La ocasión se le
presentó en bandeja, sin que él la esperara. Esa mañana salió como de costumbre
a buscarse la vida por la ciudad, cuando reparó en que no llevaba su bolsa de
dinero. Aunque se encontraba bastante lejos de su casa, ir sin una moneda le
daba sensación de inseguridad, por lo que decidió volver. Al llegar, le extrañó
que la puerta no tuviera el cerrojo echado. Estaba seguro de que él había
cerrado cuando salió, ya que Lynesse ya no estaba cuando el se fue. Pensó en la
posibilidad de que hubiera ladrones, por lo que actuó con sigilo.
Desenfundó la espada y se dispuso a entrar en la casa. Se oían voces, entre ellas la de Lynesse. Temió lo peor. La odiaba, pero no hasta el punto de querer que la asesinaran. Una carcajada lo sorprendió. No se trataba de ladrones. Conforme avanzaba pudo comprobar que la otra voz era de un hombre que hablaba melosamente, con el acento propio de los lysenos. Jorah respiró hondo para tranquilizarse y avanzó hasta el lugar desde el que salían las voces. No había duda: Lynesse estaba con su amante.
Los halló en su
dormitorio, en su propia cama. A pesar de que se había prometido a sí mismo
mantener la calma, no pudo evitar sacar la ira profunda que le corría por
dentro después de años de mentiras. Espada en mano, agarró al tipo por
el cuello de la camisa y le apuntó con el arma. “¡Miserable hijo de perra, fuera
de mi casa!” El hombre levantó las manos temblorosas y tragó saliva. “¡Piedad,
por favor, no he hecho nada!” Jorah miró hacia Lynesse, que se encogía debajo
de las sábanas. “¿Y tú? ¿También me vas a decir que no has hecho nada? ¡Zorra
ingrata! ¡Quítate de mi vista! ¡Ahora!” Ella saltó del colchón y se vistió con
rapidez. “¡No me das miedo, siempre has sido un pelele en mis manos! ¡No eres
un hombre y tuve que buscarme uno!” Jorah soltó al amante de su mujer, que
salió despavorido de allí con sus lujosas ropas en la mano. “¡Sí, mira su hombría!
¡Huye como una rata!” Lynesse, envalentonada, se encaró con su marido. “¡Estaba
desarmado, desgraciado! ¡Y casi desnudo!” De repente, el gesto de la mujer
cambió al ver los ojos de Jorah, llenos de odio y locura. Sin darle
tiempo a que su mujer reaccionara, él arrojó la espada lejos y le puso la mano
en el cuello. Empezó a apretar con rabia. “Tendría que haberte matado hace
mucho. Sólo me has traído desgracias. ¡Me lo has quitado todo, arpía!” Ella
intentaba sin éxito abrir la poderosa garra que se cerraba en torno a su
garganta. Cuando casi estaba sin aliento, Jorah aflojó su mano y le dio un
empujón, haciéndola caer al suelo. “¡Perro asqueroso y cobarde! ¡Has intentado
matarme!”, dijo sin apenas resuello. Jorah se miró la mano aún tensa. “Fuera de
aquí”, susurró para después gritar “¡FUERAAAAAAAAAA!” “¡Sí, me voy de aquí, de
este nido de ratas miserable! ¡Salí de uno para meterme en otro!”, respondió
ella con furia.
Mientras recogía
algunas cosas, Jorah la observaba con los puños apretados. “Maldigo el día en
que te vi en Lannisport y me sedujiste con tus malas artes. Ojalá hubiera
muerto en Pyke y no te hubiera conocido jamás.” Lynesse lo miró por encima del
hombro mientras agarraba el picaporte de la puerta. “Sí, así te habrías reunido
con tu querida mujercita, Serana.” Se abalanzó sobre ella y le dio un guantazo.
“No permitiré que manches su nombre poniéndolo en tu boca de fulana de taberna.
¡Valía mil veces más que tú!” La mujer se limpió el hilillo de sangre que
empezaba a brotarle del labio. Levantó la mandíbula con orgullo. “Pero ella
está muerta y yo viva y, para tu desgracia, tú también. Y no tienes a nadie ni
puedes volver a tu casa. Te has quedado solo para siempre. Nadie llorará frente a tu tumba.” Dicho esto,
abandonó la habitación con un portazo. Un jarrón se estrelló al mismo tiempo
contra la madera. Jorah continuó rompiendo todo lo que encontró a su paso y que
le recordaba a Lynesse: los muebles, la ropa, las cortinas… Entonces vio los
tomos que trajo desde la Isla. Al coger uno de ellos, algo se deslizó entre sus
páginas, una cosa diminuta, delgada y seca. Había sido puesta allí en secreto por
Jorah cuando huyó de la justicia. Recogió la frágil reliquia con mucho cuidado
y volvió a colocarla en el interior del libro, que aferró contra su pecho.
Aquella flor de la tumba de Serana le hizo sentirse menos solo en su exilio.
FIN
Mañana el epílogo...
ResponderEliminarEstá genial, me ha encantado el capítulo. Por fin Jorah echa a la Lynesse de una vez, aunque podría haberla estrangulado...
ResponderEliminarVoy a echar de menos estos fics que me han hecho más amenos el verano. Pero aún queda el epílogo.
Julia Stark
Esa final me ha encogido el corazón. Ver como Jorah se aferra a lo único que le queda de su mujer y sentirse así menos solo :'( Me ha dado mucha pena ese momento.
ResponderEliminarUffff qué final, que bien que nos hayas dado el gustazo de que le haya dicho a la cara todo lo que había que decirle, y qué detalle más hermoso lo de la flor de Serana. Cerrar con algo tan bonito.
ResponderEliminarGracias. Voy a por el epílogo.
Cristina.