Con la excusa de dejar
todos sus asuntos en orden, Jorah consiguió tener varios días a su disposición
antes de partir hacia el Muro. Junto a Lynesse planeó la estrategia de la fuga
cuidadosamente.
La fortaleza de la Isla
contaba con unos pasadizos que comunicaban con la costa y con los bosques
circundantes. Habían estado cegados durante décadas, desde que Jeor Mormont mandó
tapiarlos cuando el pequeño Jorah se perdió todo un día dentro de ellos en su
afán de aventura. Ahora que iba a tener un hijo comprendía la desesperación de
su padre cuando lo creía desaparecido para siempre en aquel laberinto. No podía
dejar a Lynesse y a un bebé que aún no había nacido allí mientras que él vestía
el negro.
Con ayuda de algunos de
los trabajadores de la herrería, lograron abrir tres de los pasadizos. Jorah
recordaba vagamente el lugar, pero sí sabía que existían ciertas señales y
pistas para indicar el recorrido hacia las salidas. Consultó en la biblioteca y
halló el viejo tomo donde se explicaba la construcción de la fortaleza. Cuando
se perdió siendo niño, había estado mirando ese mismo libro durante semanas a
escondidas de su padre, pero al no saber leer no pudo entender los códigos que
explicaban las rutas a seguir. Ahora era distinto. Con el tomo en la mano, fue
buscando los dibujos que guiaban hacia el bosque más cercano. En un día logró
alcanzar una de las salidas ocultas entre la espesa vegetación. Para despistar
a sus posibles perseguidores, optó por dejar una barca preparada en una de las
playas, con unos bultos que se asemejaban a ocupantes. Sus hombres debían botarla
cuando se diera aviso de su fuga mientras ellos huían por tierra.
Lynesse preparaba sus
cosas en la fortaleza. “No te lleves demasiados vestidos, ni los más lujosos,
porque levantarían sospechas. Necesitamos ir ligeros de equipaje. Con dos o
tres mudas será suficiente.” Ella miraba a su alrededor sin decidirse por nada.
“Es que me da tanta pena dejar todo esto aquí…” Jorah gruñó. “Esto es idea
tuya, así que elige. O te quedas aquí con todos los lujos y yo me voy al Muro,
o nos marchamos juntos con lo puesto. Date prisa y escoge bien.” Ella sollozó.
Jorah se acercó y la rodeó con sus brazos. “Lo siento, es que estoy muy
nervioso.” Le secó una lágrima con el dedo. “Tengo dinero suficiente para el
viaje. Será trabajoso atravesar la región, pero alcanzaremos la costa oriental
en pocas semanas. Has de estar preparada para unos días algo duros.” Lynesse
asintió obediente. Jorah le puso la mano en el abdomen, aún liso. “Nuestro hijo
será libre y tendrá a su padre. Te lo prometo.”
La dejó haciendo su
equipaje y se fue hacia el bosque, seguido de cerca por los hombres de
Invernalia. No le dejaban ni un momento a solas, salvo dentro de su casa.
Quería hacer una última cosa antes de abandonar para siempre la Isla del Oso,
algo íntimo que ni siquiera contaría a Lynesse. Bajo la atenta mirada de sus
guardianes, recogió unas flores que habían resistido al frío en un claro muy
querido para él. A la vuelta pudo quedarse solo un rato, que era lo que
necesitaba.
Bajó a la cripta y
llegó hasta la tumba de Serana. A escondidas de Lynesse, seguía honrando la
memoria de su primera esposa, a la que nunca nombraba delante de la otra. “Mi verdadera esposa, la madre de mi hijo
Jeor”, pensó mientras depositaba las flores a los pies de la estatua.
Abandonar la Isla era doloroso, pero dejar allí los huesos de su mujer y su
pequeño le estaba costando aún más. Era como romper definitivamente el vínculo
con su vida pasada. Lloró por Serana como no lo había hecho ni el día de su entierro.
“Perdóname, Serana. Una vez me concediste tu perdón y regresé con vida cuando
lo que quería era morir. Pero hoy me voy para siempre y no merezco tu piedad.
Te fallé antes y sentiré que te he fallado cuando muera, lejos de ti y de
nuestro hijo.” Se abrazó a la escultura con desesperación. “¡Cómo te he echado
de menos todos estos años, me has hecho mucha falta! Contigo nada de esto
hubiera pasado, nada de esto hubiera pasado...” Se dejó caer sobre la lápida
donde estaba grabado el nombre de ella y del niño, meciéndose al compás de sus
sollozos. Tras unos minutos, se calmó. Limpió su rostro y, antes de dejar
definitivamente la cripta, tomó una de las flores de la tumba y se la guardó en
el pecho.
Imagen: Mercedes Noriega |
Ha sido curioso ver como Jorah aún recuerda a Serana como su verdadera esposa y que, después de todo, no es capaz de dejarla atrás porque se lleva una de las flores con él. Muy conmovedor, sin duda.
ResponderEliminarAhora a ver cómo va esa fuga y ese supuesto "embarazo".
Muy buen capítulo. Pobre Jorah, está sufriendo mucho, y lo que le queda.
ResponderEliminarJulia Stark
En "Juego de Tronos", Jorah le dice a Daenerys tras la muerte de Drogo que, cuando su esposa (a la que amaba, así lo pone) murió, él siguió viviendo. Es decir: para él, Serana es la única y verdadera e.e
ResponderEliminarUfffffff: Me ha volcado el alma... La quiere, no la olvida... Qué bonito que recuerde ese amor limpio... Ya estoy llorando.
ResponderEliminarGracias, gracias, gracias, gracias, por hacerme sentir y soñar de esta manera, no te puedo decir otra cosa.
Qué precioso capítulo.
Cristina Solano.